Las lágrimas no se detenían en mi rostro y las palabras de
trababan en mi garganta, añadiendo presión al nudo que ya se había formado. Eran
lágrimas silenciosas, el orgullo era mayor y no me permitía darles más vida,
pero ardían como si fueran vinagre y quemaban como fuego.
La rabia se disipó rápidamente dejando lugar a la tristeza,
una amarga tristeza que pesaba demasiado. Para mi fortuna la radio me entendía
y pasó en una canción todo aquello que no pasaba de mi garganta.
“Dices que me quieres
pero luego me dejas a un lado… Siento que no te conozco...”
El llanto aumentó con la canción, pero una vez que ésta
acabó, me sentía libre, renovada.
“Doy un paso atrás y
te dejo ir. Te dije que no era a prueba de balas, ahora lo sabes…”